Este es un análisis del poema Deux ex machina del célebre escrito dominicano José Mármol.  Fragmento principal del libro que lleva el mismo nombre de la obra.  

Arroja tú los dados, Señor, te ha llegado el turno y es invierno. Arrinconado está el tridente, una piel de ceniza cubrió las cordilleras. Señor, he aquí el canto de la luz a ti debida, en la quietud del mar y discreción tan pura de la noche infinita. He aquí a tu hijo El fuego, ardiendo con su tacto la superficie toda y al agua seduciendo con su lengua dorada. Ved aquí, Señor, su hermanastra El alba, hierofanta líquida, posesa de las formas. Ellos narran en su tremendo idioma las celebraciones, la obediencia y el pecado. Arrójanos tú esta vez, Señor, la semilla y el varón de la especie más sana. No lo anuncies al azar, porque deviene llanto y se alza con el tibio rumor del pavimento, y otra vez se nos pierde, nos castiga, nos repudia. Que nadie sino tú, oh Señor, esgrima esta vez el cuchillo del jifero; madure un acorde cuando la vida cese y la lluvia limpie, sorpresiva, las caderas uncidas de los copulantes. Arroja tú los dados, Señor, te ha llegado el turno de lo ineluctable. Despídelos sin miedo de tu anchurosa mano, porque a los ocho lados la suerte nada espera, y hacia la muchedumbre y el desastre apunta el cielo. Arrójalos tú, Señor, te ha llegado el turno y es ardiente verano. Idioma de los dioses De ti, como de un río, adoro cuanto fluye. Volando y danzando como los dioses hablan. Amo tu rápida presencia, única manera de pasar, transfigurando en vuelo la quietud y la espera. Idioma poderoso del mineral y el árbol. Néctar salobre de las venas abiertas y miembros destajados en torno a la deidad. Palabras innúmeras con las que atemorizo y a la vez encanto las huestes de la noche y escuderos del día. Voces muy alzadas en sus puntas de roble, con las que canta el mago, gobierna el azar y predomina un orden geométrico de hielo. Grande la ocasión en que algo se consume y con su muerte alumbra y destapa lo esperado. Ahora canto y bailo y salpico de luz las brechas de la sombra entre las llamas. Volando y danzando, como los dioses hablan. Del aire me sostengo, el universo en mí se apoya, gira espeso. Mi verso ha domado al vellocino de oro y ya diezmó mi brazo a los jinetes bravos, a cuyos restos doy mi canción y mi otra espada. Grande la ocasión en que todos danzamos, como dioses mirando la miseria del reino. Palabras que brindaron alma y cuerpo a las ciudades. Soberano idioma, lenguaje de las piedras, del laurel, del río adormecido en sus meandros; alfabeto de grutas intocadas, de lagos suspendidos y pájaros mudos henchidos de placer. De ti, como de un río, adoro cuanto es y ya no es y se transforma y pasa y queda suspendido. Oh idioma venturoso de los labios y las manos, de las praderas altas, los barcos diminutos, la cruz centuplicada en un mismo sendero. Oh danza de las danzas, con que los dioses cantan y bailan y nos llaman.

Como diría Oscar Wilde "El artista nuca ve las cosas como son, si fuere así, dejaría de ser artista".   José Mármol en el diseño de esta producción, nos describe la visión de un universo particular donde las palabras nos describen la experiencia de un nuevo mundo.

Deus ex Machina del año 1994, (con el que recibiera varios galardones nacionales e internacionales, y que fuera publicado con el título Deus ex Machina y otros poemas en la colección Visor, Madrid, 2001). 

José Mármol Nació en Santo Domingo, República Dominicana, en 1960. Estudió filosofía y lingüística aplicada. Profesor y coordinador de la cátedra de filosofía en prestigiosas universidades dominicanas. Fundador y director de la Colección Egro de Poesía Dominicana Contemporánea.

Se denomina «Deus Ex Machina» a toda trama que se resuelve a través de un elemento, personaje o fuerza externa que no haya sido mencionado con anterioridad y nada tenga que ver con los personajes ni la lógica interna de la historia.  

La presencia abundante de la metáfora, las salpicaduras del símil, la metonimia, prosopopeya e hipérbaton le dan el matiz de moderación sintáctica que le hace ocupar un lugar sobresaliente en la poesía.

Plinio Chaín nos dice al respecto:  "Es obvio que esta obra se nutre de un conocimiento erudito. Sólo que no es el simple resultado de él. José Mármol sabe desdibujar y concentrar, sincretizar: por ello su lenguaje tiene la ambivalencia de lo inédito. No hace arqueología poética ni se deleita en elaboraciones preciosistas. Sería un error creer que sus poemas son “estampas o cuadros estéticos descriptivos”. José Mármol ni siquiera crea: traspone. El poema no es sino para él un campo de “indagación ontológica “. El santo, dios, el poeta, el amor, el deseo, la soledad, la mujer y el antihéroe son sus grandes paradigmas, como en Baudelaire."  (Art. Periódico Hoy).

Dios y los dioses son motivos permanentes de la poesía de Mármol. Son grandes objetos poéticos, grandes piezas del juego de la creación, pero también graves preocupaciones. En los citados poemas Dios ha sido   colocado en el contexto de la apuesta, de la búsqueda, como si el poeta quisiera ganarle la partida, la partida de llegar hasta él, de conocerlo. (Manuel Matos Moquete).

Arroja tú los dados, Señor, te ha llegado el turno y es invierno”.    Mármol trata el tema de la deidad como si su aparición en la vida fuese un juego, como si el ser supremo y el hombre jugaran a tener el control.   Donde lo inevitable es la destrucción, la perdición de lo que existe y ve al Cristo como aquel personaje del teatro griego que viene a salvar la situación con sus poderes.

José Mármol es uno de los grandes poetas contemporáneos de nuestro país, un pensador y escritor que llega para todos los tiempos, ayudando hacer conciencia humana en la búsqueda de lo sublime, de respuestas para una conciencia edificada en el lenguaje.

Nuestra literatura está llena de artistas que hacen posibles mundos inimaginables, donde lo bello y lo extraordinario inunda las mentes de aquellos quienes hacen de la lectura una religión.    Las letras dominicanas narran historias anheladas, deseos de mejoría, protestas a las desigualdades, gritos de tristeza, temor y amor incondicional, en el que los amantes a la tambora componen compases enlazados con el aire del mar y en el madrigal del beso furtivo.